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miércoles, 22 de febrero de 2017

AKRA LEUKÉ



             

                        La mañana estaba espectacularmente luminosa. El viento de poniente, que sopló de manera continuada durante tres días, enrojeciendo el cielo en el ocaso, se había llevado la inapreciable bruma que emborronaba la lejanía, y el mar, plano como un estanque, reflejaba el azul intenso del cielo, fundiéndose con él en el horizonte.  Amílcar estaba, con su hijo y otros mandos del ejército, en la parte más elevada de la colina, desde donde revisaba  el desarrollo del desembarco.

                      - ¡Akra Leuké! –exclamó-, así llamaremos a la nueva ciudad, como el promontorio que señorea sus costa y es referencia de marinos. Nadie dudará del lugar que ocupa cuando allende del mar se conozca su fundación. En Libia estará Cartago, aquí, en Iberia, Akra Leuké, dos ciudades  para dominar dos mundos, la una frente a la otra, y entre ellas un mar que volverá a ser nuestro.


                                 


                Habían sacrificado, en el lugar donde ahora ardía el fuego sagrado, un becerro en agradecimiento a Baal, por haber llegado al destino previsto y por la buenaventura de la nueva ciudad. Era un altar provisional, un timaterio protegido por el viento en un improvisado hogar, donde Kreón, el sacerdote había considerado adecuado construir el futuro templo. Éste era de mediana edad, mirada inquisidora y rapaz inteligente y ambicioso...